"Creo, Señor, ¡pero aumenta mi
fe!" parece ser la cita evangélica hecha jaculatoria por millones de fieles que,
como nosotros, vemos cada vez más oscuro el panorama mundial y personal, confundidos por
el imperio del mal y el triunfo del pecado, del vicio y del error.
Y como ocurre en lo exterior también ocurre en el interior. Y ha
ocurrido - con matices distintos que forman un cuadro riquísimo - durante todos los
siglos que el hombre ha vivido en el exilio del paraíso terreno.
Dios, en este panorama, nunca deja de manifestarse. Y si nuestra
materialidad nos vuelve los ojos en línea carnal y horizontal, entonces Dios se pone en
nuestra mirada, desciende y aparece los sentidos del cuerpo para hacerse sentir mejor.
Esto ocurre en la vida del hombre y, con mayor razón aún, con la vida de las sociedades.
Desde el prodigio del Pilar, cuando la Santísima Virgen apareció en
España estando aún viva sobre la Tierra, hasta hoy son cientos o miles sus apariciones y
las de Su Divino Hijo.
Unas para consolar, otras para guiar, oras para orientar o para sacar
de algún grave aprieto, otras... otras también son para advertir y castigar. Porque Dios
es Justo y Misericordioso, y el pecado ofende la honra divina.
En estos momentos de apostasía universal en que toda la humanidad
parece decidirse por Cristo o contra Cristo, es cuando más se han multiplicado los
esfuerzos celestiales y cuando más vigencia adquieren sus enseñanzas y direcciones
anteriores.
En esta sección los estudiaremos y, de rodillas, dejaremos hablar a
Dios en nuestros corazones.