Los Últimos Tiempos
¿Cómo esperar el cumplimiento de la Gran Promesa?


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Uno de los principales dolores que puede sufrir el católico auténtico es la incertidumbre. Porque en él todo es certeza y seguridad. En ellas reside su confianza y toda virtud. Sabe con certeza absoluta - y por esta verdad es capaz de testimoniar con su propia vida - que Dios lo ve todo, lo sabe todo y lo ama.

Por lo mismo, ante la confusión que le embarga cuando casi con aires de victoria universal el mal y el pecado, el error y la maldad se pasean y reinan en todo el mundo y el bien, el verdadero Bien parece impotente y resignado a perder terreno y actualidad, el católico debe vivir con heroísmo la confianza.

Ante nuestros ojos humedecidos por el dolor, la imagen augusta y materna de María Santísima aparece recordándonos su promesa inmutable y auténtica pronunciada desde Fátima al mundo y a la Historia. Ella nos rememora que si el mundo no cambiaba de vida, si no enmendaba su conducta y se consagraba a Dios, si no había penitencia y oración y mucha santidad en toda la Iglesia, entonces los castigos terribles que la Justicia Divina reservaba serían inminentes. Y que serían tanto físicos como morales.

Y sabemos que los físicos han asolado la tierra. Dos guerras mundiales y tantos conflictos armados posteriores que, desde la II Guerra Mundial hasta ahora apenas se reúnen 4 semanas de paz, o mejor dicho, de no-guerra.

Porque no hay paz en el mundo. Porque la Paz verdadera sólo nace de la ausencia de conflicto. Y existe conflicto desde el momento que deseamos una cosa y debemos hacer otra. Y la paz de Cristo, la auténtica paz universal, sólo puede darse a los hombres cuando nuestra voluntad y sus deseos amorosísimos sean uno. Entonces será un auténtico Reino de Dios, porque Él mandará y será obedecido.

Y la verdad es muy distinta: las tasas de criminalidad exceden los máximos históricos, la impureza e inmoralidad tienen la fuerza obligatoria de la moda, millones de niños son asesinados impunemente, la mentira es instrumento de gobierno y de opresión. La humanidad entera se ha extraviado y con ella, ¡oh dolor!, alguna parte de sus pastores. La gente se confunde, de aterra y obra mal.

Ella nos dice que llegará un momento en que estos males físicos y morales serán universales, hasta el punto que "todo parecerá perdido". Pero entonces "Por fín Mi Inmaculado Corazón Triunfará"

Será el momento de la luz, de la alegría legítima y de la Paz.

Durante este tiempo debemos esperar y confiar, oponernos al mal activamente, denunciar el pecado y analizarlo para hacerlo manifiesto.

Venceremos. Pero no por nosotros mismos sino por medio de Quien es Madre del Creador y Señora de las Victorias.

Estos días, Hora Santa, podemos repetir con el Rey Salmista: "Levanté mis ojos hacia Ti, que habitas en los cielos. Hélos como los ojos de los siervos, puestos en las manos de sus señores. Como los ojos del esclavo fijos en las manos de su Señora, así nuestros ojos están fijos en la Señora madre Nuestra hasta que Ella tenga misericordia de nosotros"

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