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Distinguir la diferencia entre las dos principales corrientes que hablan de lo que acaecerá a la humanidad en un futuro cercano es fundamental. Mucha gente se deja llevar por las ideas de una y otra supuesta revelación como si se tratara de lo mismo. Y no es así. Pero... ¿cuáles son estas dos posturas, qué dicen y por qué son incompatibles?

En un caso escuchamos hablar de castigos, purificación y reinado de Dios (a través de Su Madre) sobre la humanidad. En el otro caso nos dicen que el mundo está preparándose para un ascenso del nivel de conciencia que llevará al hombre a una era de paz e iluminación: la famosa Nueva Era.

Detengámonos más en cada uno, puesto que nada tienen que ver uno con el otro. Es importantísimo conocer las diferencias, hacia dónde apuntan, qué fines persiguen y cuáles serían las consecuencias de la instauración de uno o del otro estado de cosas a nivel mundial.

Siguiendo la misma lógica que Dios implementó en el Antiguo Testamento al ajusticiar, purificar y reorganizar la tierra descarriada a través del diluvio universal, las actuales apariciones, mensajes y advertencias marianas que están en concordancia con la doctrina de la Iglesia católica nos dicen que debido al desenfreno generalizado del hombre, su distanciamiento de Dios, su esclavitud a las pasiones y su nunca antes superada maldad, es difícil ya sostener el brazo de la justicia del Señor, que está por caer sobre la humanidad en forma de un terrible castigo.

Sus constantes revelaciones nos hablan de aquello que lastima Sus Corazones, nos pide que reparemos, que enderecemos nuestras vidas, que nos acerquemos a Su Hijo ofendido y abandonado, etc. Esa es la esencia de los mensajes que tapizan estos tiempos. Conversión, purificación, reparación y la advertencia del castigo acompañado de ciertos sucesos en caso de que la humanidad decida continuar tal como está.

Hasta aquí, y muy resumidamente, la primera vertiente. Pasemos ahora a la segunda...

Existe también desde hace tiempo un segundo punto de vista que, como decíamos al comenzar este análisis, suele ser confundido y mezclado con la explicación que acabamos de realizar. Pero nada tienen que ver uno con el otro. En este caso, el de los nuevaeristas, se nos explica algo totalmente diferente. Y es lo siguiente:

El hombre, que en realidad es parte de Dios, tiene que hacer todo un proceso de "avances espirituales" que lo llevarán a darse cuenta de su origen divino, del cual se encuentra como olvidado fruto de la confusión generada por la ilusión del mundo.

El camino del "despertar" al conocimiento de que somos Dios, es un camino de avance gradual que desprecia cada vez más al cuerpo para desear que sólo prevalezca lo espiritual, puesto que allí se encuentra lo divino.

La Nueva Era sería entonces un cambio de conciencia, en donde el hombre estaría más cercano a la comprensión de su divinidad y de la pan-divinidad (es decir, que Dios está y es todo) y por lo tanto sería un período mucho más espiritual y mucho menos físico que el actual.

Obviamente, no necesitamos puntualizar que una y otra idea son el día y la noche y nada tienen que ver entre sí.

Pero fútil sería este trabajo si no hiláramos más profundamente, para determinar las consecuencias y fines de cada uno.

Es bastante difícil explicar en un trabajo de corta extensión como el presente la miríada de implicancias que tiene una y otra postura. Por eso, y confiando en que el lector buscará más material al respecto para hacerse una idea más acabada, nos detendremos sólo en los puntos sobresalientes para facilitar la reflexión. Veamos...

Dentro de la doctrina cristiana, Dios, Ser separado del hombre, hizo la Creación desde el amor en que deseaba compartir y llenar a Sus criaturas de Su plenitud y perfección. El origen del ser humano, por lo tanto, tendría un sentido perfecto de adorar, disfrutar, honrar y amar a Dios y recibir de Él todo lo necesario para la total felicidad.

Al alejarse la humanidad de su destino de amor y perfeccion por obra del pecado y las bajas pasiones, Dios fue cambiando Su proceder, nunca abandonando al hombre a sus propias fuerzas, pero sí ateniéndolo a las consecuencias de los actos que obrara dentro de su libertad. Por esto el hombre salió del paraíso, por esto conoció el dolor, la fatiga, etc.

Provocado ya el cambio por nuestros primeros padres, Dios da al dolor un sentido altísimo de reparación, de unión a Él cuando es ofendido, abandonado, odiado y calumniado. El dolor es reparación, crecimiento, purificación. Eso es la Cruz que el Señor mismo quizo sufrir por nosotros.

Pero no todo el camino está sembrado de espinas. En Su maravillosa compasión, ha querido el Señor darnos la oportunidad de vivir un período en que Su Madre brille en su esplendor sobre la tierra. ¿Se imagina lo que puede ser un mundo que refleje a la Virgen? Eso es el Reino de María, el tiempo que sucedería al castigo que a pasos agigantados nos hemos ido ganando con nuestros numerosos pecados.

A esta bellísima imagen de justicia y compasión, en que ambas cualidades se apoyan y se complementan, se nos contrapone una muchísimo menos elevada, pero tan, tan generalizada, que hay que prestarle atención e intentar, al menos en la medida en que un sólo artículo sobre el tema lo permita, desmontarla.

Frente al amor de la Creación del cristiano, se opone la vacía, despersonalizada y carente de importancia creación panteísta.

¿Y qué es el panteísmo? Es creer que todos somos Dios, aunque no podamos recordarlo.

La Nueva Era es, en poquísimas palabras, la pretensión del imperio del orgullo más absoluto, en que los hombres se olvidan de adorar a Dios y ejercen el más completo desprecio hacia la vida (incluída la de ellos mismos), negándola, olvidándola e incluso aniquilándose hasta que desaparezca "la ilusión" (triste forma de ver a la Creación), para así alcanzar el acariciado y Luciferino objetivo de "ser como dioses".

En tan pocas líneas, hemos debido esbozar verdades y mentiras muy grandes, que podrían desglozarse en libros y libros sin terminar de hablarlas. Por eso pedimos disculpas de antemano ante los baches que inevitablemente se generan. Iremos supliéndolos en futuros artículos que trabajen mejor cada aspecto.

Para terminar por ahora con este pensamiento, sólo quisiéramos señalar el fin último de cada uno de esos dos reinados.

Bajo el primero (el de Dios), el hombre volvería a encarrilarse hacia Él, siendo otra vez puro, bueno, santo como originalmente se esperó. Obviamente no se volvería al Paraíso, pero la gloria de esta futura época es enorme porque Dios y Su Madre pueden reflejarse en ella. El hombre seguirá siendo hombre, pero un hombre que refleja a Dios está hasta tal punto cumpliendo con el sentido de su creación que nunca podría brillar más o mejor. Esa pureza también repercute en la naturaleza, en la familia, en el estado, en toda la sociedad, en la espiritualidad. Es decir... por fin triunfará el Inmaculado Corazón de María.

Bajo el segundo caso (el imperio del orgullo), el hombre sólo se miraría a sí mismo, y bajo la búsqueda de una divinidad que no posee, detestaría (sutilmente) todo lo del mundo por no ser lo que quiere y ser "fuente de engaños". ¿El resultado? Una tierra despreciada, Dios abandonado (puesto que cada uno se adoraría a sí mismo), un embrutecimiento general (ya que pierde sentido el estudio, el desarrollo, la creación de cosas útiles, o bellas, etc.). ¿Familia para qué? ¿Qué sentido tiene vivir en sociedad? ¿Por qué esforzarse en amar lo que realmente no existe? Así... el amor, el esfuerzo, la adoración a Dios, todo, todo caería bajo esta satánica mentira en que los ilusos que la siguen creen, pobrecitos, que una era dorada vendrá a tocarles la puerta.

No seamos tontos, no desperdiciemos la oportunidad ahora, que todavía hay algo de tiempo... Dios nos espera, pero al tiempo de dulce misericordia ha de seguir, inevitablemente, el de la comprensible justicia.

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