Los Últimos Tiempos
¿Interés real o simple curiosidad?


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Históricamente, el hombre se ha visto atraído en incontables ocasiones hacia todo aquello que pudiera informarle acerca del futuro que se avecinaba. Así, desde la antigüedad encontramos la historia plagada de "videntes", "profetas", "oráculos" y miríadas de sistemas de adivinación que, se suponía, librarían al consultante de la natural incertidumbre en que se encuentra sumido el ser humano.

Y en los tiempos modernos, el fervor religioso se ha ido metamorfoseando en un fuerte interés hacia creencias más "mágicas" y bastante poco fundamentadas. Esto, evidentemente, hizo florecer la industria de astrólogos, videntes de segunda, quirománticos y millones de métodos que apuntan al mismo viejo y repetido fin.

Sin embargo, existieron en el pasado, y ahora más que nunca, una larga serie de profecías que no tenían por objeto el dejar tranquila la ansiedad de un sujeto con respecto a su porvenir -ansiedad que por cierto debería apaciguarse ante la confortadora creencia de Dios y su Divina Providencia- sino que tenían -y tienen- el altísimo sentido de prevenir, corregir, esperanzar y apoyar al ser humano en su tránsito por la tierra.

Este tipo de profecías carece absolutamente de las nimiedades con que se llenan las otras. En ellas no encontramos una explicación sobre cómo invertir nuestro dinero en Wall Street (como parecen indicarnos algunos "videntes" muy poco autorizados a nuestro juicio), ni cómo escondernos si llega a haber una explosión nuclear. No... En estas apariciones, profecías, visiones, lo que se ve invariablemente es el amor de Dios hacia Sus criaturas, Su deseo irrefrenable de verlas realizadas en el fin que Él nos dio (y que es el de ser felices reflejos suyos acá en la tierra y después disfrutar a Su lado de las delicias del cielo) y por lo tanto, los consejos, advertencias y castigos que debe poner ante Sus hijos para que recapaciten, cambien sus vidas, vuelvan sus rostros a la realidad divina, etc.

Y este tipo de milagro con que Dios nos regala cada día más intensamente, no puede ser tratado desde la simple y superficial curiosidad. Porque no se trata de una asesoría que se nos da sobre el rumbo de nuestros negocios en el mundo, que podríamos o no seguir, sino de la felicidad y la salvación, en definitiva, el bien, de muchísima gente, y por sobre todo, de Dios mismo.

No hagamos, entonces, de cada profecía y material que vamos consultando, una mayor culpa en nuestras vidas por falta de atención y deseo de cambio. Dios es un Padre amorosísimo, y quiere ser escuchado. No nos habla para entretenernos. Nos habla con el profundo dolor de Su Corazón, y la mayoría de las veces, desde el traspasado Corazón de Su Madre Inmaculada, que desgraciadamente, recibe un interés de feria al llorar amargas lágrimas de sangre, en lugar de provocar un cambio sensible en Sus hijos amadísimos.

No perdamos entonces más el tiempo, ni las oportunidades, ni las gracias que se nos entregan... Porque durante un tiempo permanecen abiertas las puertas, pero al final, tarde o temprano, éstas se cierran para siempre revelar quién quedó dentro, y quién afuera.

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